Ya no queremos solamente el derecho a la Igualdad, para poder desarrollar un proyecto de vida propio tal como el patriarcado ofrece esa posibilidad a los hombres desde que ha quedado escrito. Queremos desarrollar nuevos mundos más justos, realmente más humanos, donde los procesos sean tan importantes como el objetivo. Pero esa forma de hacer feminista está naciendo dentro de un orden patriarcal que lleva al menos seis mil años funcionando, que está muy asentado y que hemos asimilado como lo “natural”, sobre todo en política.
La antropóloga argentina Rita Segato nos dice:
“La única forma de reparar las subjetividades dañadas de la víctima y el agresor es la política, porque la política es colectivizarte y vincular. Cuando salimos de la subjetividad podemos ver un daño colectivo, y eso no puede curarse si no se ve el sufrimiento en el otro. Fuimos capturadas por la idea mercantil de la justicia institucional como producto y eso hay que deshacerlo. Perseguimos la sentencia como una cosa, y no nos dimos cuenta que la gran cosa es el proceso de ampliación del debate”.
Cuando las mujeres feministas entramos en política de partido (quiero recalcar este concepto porque el activismo social es también una forma muy potente de hacer política y aunque no está exento de conflictos internos y de actividades machistas, debemos reconocer que es una espacio más amable para las mujeres porque el poder está más diluido), nos encontramos con espacios fuertemente masculinos, con una tradición de funcionamiento envuelta en negociaciones secretas y alianzas “uno a uno”.
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