Diario de Carmen Ibarlucea: una enferma de cáncer de mama triple negativo en radioterapia
La escritora Carmen Ibarlucea detalla su lucha contra un tumor en la mama ’37 días’, en libro digital gratuito editado por la Junta
Cáceres
Lunes, 8 de enero 2024, 07:09 | Actualizado 14:37h.
La cara hinchada por los corticoides, el doloroso tacto del agua de ducha en la piel, llanto, cansancio, quemaduras, miedo, alivio, felicidad… Carmen Ibarlucea conoció todo esto en el verano de 2019, al poco de que le detectaran «un cáncer de mama triple negativo en fase III». Chilena del año 1966, vecina de Cáceres desde el cambio de siglo, su ideología le llevó de entrada a rechazar el tratamiento de quimioterapia, cirugía y radioterapia, pero luego cambió de opinión y además, decidió escribir un diario de sus sesiones de radio. El resultado es ’37 días’ (Editora Regional de Extremadura, colección Orbital, gratuito), 40 páginas de no ficción en prosa ágil, sencilla, de frases cortas, donde la autora relata su vida en radioterapia.
Una mujer de 51 años, casada y con dos hijos adultos, arruinada tras fracasar como emprendedora y asustada porque la oncóloga le ha dicho que quizás no le queden ni seis meses de vida. Esa era Ibarlucea hace cuatro veranos. Ecologista, feminista, vegana y animalista, la escritora, narradora oral, poeta y política –ha integrado candidaturas electorales de Equo, Podemos, Pacma y Sumar– es también antiespecista, lo que le lleva a rechazar todo lo que implique sufrimiento animal. Y en muchos ensayos clínicos para terapias oncológicas se usan ratones. Esto le llevó a oponerse al tratamiento y por tanto, a asumir que iba a morir.
Hace cuatro años que la oncóloga le dijo que quizás no viviría más de seis meses
«Lo rechacé por coherencia con mi forma de pensar. Si lo soy con mi forma de comer o de vestir, tenía que serlo también al enfrentar la enfermedad», explica la escritora por teléfono. Por escrito, lo cuenta así en una de las primeras páginas de ’37 ideas’. «Estoy segura de que morir es la mejor opción. Mis hijos son dos hombres adultos, mi esposo ha encontrado un trabajo que lo hace feliz. La hipoteca de la casa está asociada a un seguro de vida, donde se indica que en caso de muerte por enfermedad o accidente, la deuda queda saldada con el banco. Mi decisión está llena de ventajas».
Pero todo cambia tras telefonear una amiga. Ella le hizo la pregunta que nadie le había formulado. Una que no se había hecho ni siquiera ella a sí misma. «Pero, ¿quieres morir?», le dijo. «Y sin pensarlo –escribe Ibarlucea al recordar ese momento–, respondo en un monosílabo rotundo: ¡No! El pecho se aligera. Los pies parecen flotar. A veces lo más evidente es invisible a la razón. Voy a intentarlo. Voy a traicionarme. Voy a vivir».
Un poema antes de entrar al quirófano
La primera etapa en esa carrera fueron varias sesiones de quimioterapia. «En esos días –recuerda– escribí mucho, porque yo escribo y leo mucho de siempre, tengo esa necesidad, pero durante la quimio no escribía de la enfermedad. Estaba en shock, por el proceso psicológico que supuso primero aceptar mi muerte y después aceptar el tratamiento».
Y así fue hasta el día antes de entrar al quirófano. «Esa noche escribí una carta de despedida a mi pecho, que era un ejercicio terapéutico que me había pedido la psicóloga oncológica. Y lo que me salió fue un poema. Eso desbloqueó mi imposibilidad de escribir sobre el cáncer».
Tras el postoperatorio, llegó la hora de la radioterapia: en principio, treinta sesiones. El día que la llamaron por teléfono para darle la primera cita, Ibarlucea se sintió «feliz y asustada». «Me temblaban las manos al escribir el mensaje avisando de las nuevas noticias», escribe en su libro, que está disponible en la web eBiblio, una biblioteca pública que funciona como las de toda la vida, o sea, a base de préstamos, pero en Internet en vez de en una sede física. Su catálogo es amplio e interesante, y su funcionamiento sencillo. La plataforma, en definitiva, es una bendición para los aficionados a los libros.
Primero rechazó tratarse porque es antiespecista, pero la pregunta de una amiga lo cambió todo
«No he escrito el libro –aclara la autora– pensando en las personas que pasan el proceso, sino en quienes les acompañan, para que entiendan el mundo interior que se crea en el enfermo, porque aunque estés muy apoyada por tu entorno, siempre vas a vivirlo en soledad».
Así, sin nadie al lado aunque con unos enfermeros encantadores a los que habría abrazado cada mañana (Mónica, Cristina, Raquel y Miguel) pendientes de ella por un monitor, se enfrena Carmen Ibarlucea a cada sesión de radio. Lo hace con frío –así es la sala, «con sus muros de hormigón y su puerta de acero inoxidable»– y con un miedo «múltiple». Tumbada dentro de la máquina, con los ojos cerrados y el brazo en alto, intentando no mover su cuerpo un milímetro, se acuerda de su madre –murió con 47 años– y «las lágrimas –escribe– acuden a mis ojos y bajan por mi mejilla izquierda».
El ritmo de la máquina
Con el paso de los días, memoriza el ritmo de la máquina para orientarse en el tiempo, y consigue que el trance pase más rápidamente meditando a partir de una escena de su infancia: la de su abuelo llevándola de paseo a aquel prado verdísimo.
«Hoy no he llorado», escribe en el día tres. En el 18, «salgo de la sala llorando. Llorando en silencio cruzo la sala de espera y el pasillo que me lleva a la puerta. Llorando camino de regreso a casa». «Quiero leer, pero no leo» (día 23). «Hoy se cumplen diez meses del diagnóstico. Todos los días veinticuatro del mes pienso en esto y añado un día a la cuenta de la vida» (día 25). «Después de la sesión me hacen una cura para tratar la piel. La quemadura se ve claramente en el pecho y en el omóplato. Me limpian, me ponen una crema especial, me recubren con gasas y me colocan una camiseta de venda tubular. Ahora llevo el pecho izquierdo sujeto y me siento un poco más segura al caminar» (día 29). «Penúltimo día de radioterapia. Siento un cierto nerviosismo inexplicable» (día 30).
El día 31 acaba la radioterapia. Pero no su diario, que se titula ’37 días’ pero tiene 38. Ese último es muy corto, solo dos párrafos y un poema brevísimo. En ese último capítulo, Carmen Ibarlucea vuelve a escribir la palabra dolor. Pero ya no la palabra miedo. Y sí, y por cinco veces, la primera persona del singular del verbo sonreír.
Puedes leer el libro AQUÍ y si no te funciona … https://extremadura.ebiblio.es/resources/626be51e4e03b70001362a7b